viernes, 14 de noviembre de 2025

Cuando la Generación Z dice basta


Por  Mtro Manuel Alberto Cruz Martínez 


El próximo sábado 15 de noviembre marcará un hito en la historia de la movilización juvenil en México. Bajo la consigna de la llamada generación Z —jóvenes que han crecido con internet, redes sociales y crisis estructurales— se convoca una marcha nacional que no es solo una protesta: es una declaración de insubordinación civil, de descontento acumulado, de no pero también de “¿y ahora qué?”

Este grupo de jóvenes —nacidos entre 1997 y 2012— ha visto transcurrir su vida en un país de promesas rotas: reformas que no terminan, inseguridad que se reproduce, oportunidades que escasean. Crecieron con pantallas y desaparecidos, con sendas de datos móviles y sendos silencios oficiales. Ya no son espectadores: se convierten en actores.

La marcha del 15 de noviembre no está convocada por partidos, no tiene logotipos políticos —lo cual es en sí una señal poderosa—, pero tiene demandas claras: mecanismos de revocación, auditorías ciudadanas, justicia real, seguridad con rostro humano. No es un “gallo” partidista, es un “grito” generacional.


Claro que el poder lo vigila con recelo. Hay quienes operan el relato de la movilización como “instrumentada”, “cooptada” o “vulnerable a bots”. Y es justo esta acusación la que revela el fondo del asunto: la desconfianza entre una juventud que quiere ser tomada en serio y una institucionalidad que la ve como masa de maniobra.

Si la marcha es numerosa, coherente, pacífica y persistentemente crítica, abrirá un ciclo. Un ciclo de políticas concebidas desde la juventud, no para ella; de participación directa, no solo simbólica; de justicia que no aguante más excusas.

Pero si el estallido se agota en un solo día —en un tuit viral, un hashtag que se desvanece— entonces correremos el riesgo de que este grito quede como “evento” en lugar de “movimiento”. Los jóvenes se irán a casa con fotos y stories; las demandas quedarán en papeles; el Estado volverá a su rutina.

La vela más encendida no mide su tamaño, sino su luz. Y la generación Z está encendiendo la suya. Las instituciones pueden apagarla con indiferencia, o bien pueden avivar ese fuego para que ilumine una democracia más auténtica.

Porque no se trata solo de un día. Se trata de un antes y un después: de cuando una generación dejó de pedir permiso para ser parte del cambio.

Y si el Estado lo entiende así, México podrá verlo.


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